Una nueva fase de la injerencia militar norteamericana en América del Sur, advertida desde hace tiempo por muchos analistas, acaba de desatarse con la violación colombiana del espacio territorial y aéreo de Ecuador, para masacrar a guerrilleros de las FARC cuando dormían en suelo ecuatoriano.
Para muchos expertos que siguen la región desde hace tiempo, el plan estaba preparado minuciosamente desde tiempo atrás. La doctora mexicana Ana Ester Ceceña, profesora de la Universidad Autónoma, de la Sorbona de París y destacada activista del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), había detallado hace poco en La Habana los proyectos de ocupación militar de Estados Unidos en busca de las riquezas suramericanas.
Según señaló, en la zona hay recursos naturales inmensos: minerales, forestales, de biodiversidad y uno estratégico ya en el presente: agua.
Estados Unidos encontró una seria dificultad en Colombia por la fuerza de las organizaciones guerrilleras Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ejército de Liberación Nacional, que no han podido ser vencidos en más de 40 años de escaramuzas y combates.
Para dominio de ese entorno, creó un plan especial con centro en Bogotá, donde contaba con un sector derechista fuerte en los gobiernos, un ejército prácticamente incondicional que había fomentado la creación de grupos paramilitares y una posición geográfica estratégica, desde la cual podía irradiar su influencia o su fuerza militar si se presentaban conflictos sociales en la zona, sobre todo en la región andina.
Para ello armó al ejército colombiano, los proveyó del armamento más moderno e introdujo en el país un alto número de “instructores” militares, cuyo número exacto es desconocido para el público.
Con los triunfos de Hugo Chávez, en Venezuela, Evo Mortales, en Bolivia, y Rafael Correa, en Ecuador, la situación tomaba un cariz muy comprometido para Washington y por ello parece haberse decidido a aplicar una segunda etapa, mucho más peligrosa, de lo que se llamó Plan Colombia, enmascarado con la presunta lucha contra el narcotráfico y dirigido realmente contra los movimientos populares que hacían peligrar la hegemonía imperial.
Para George Walker Bush, Richard Cheney y todo el grupo de poder en la Casa Blanca, como representantes del complejo militar industrial, las sublevaciones populares a través de las urnas y empleando los mecanismos “democráticos” inventados por el llamado panamericanismo, se constituyó en un verdadero peligro.
La pólvora de las reivindicaciones de masas se regaba con demasiada rapidez. Los gobiernos progresistas ganaban terreno y por eso los estrategas de la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca enfilaron la mira hacia las naciones que les ofrecían mayor resistencia: Venezuela, Bolivia y Ecuador.
La mayor parte del arsenal financiero y conspirativo norteamericano ha estado dirigido a torpedear todas las medidas puestas en práctica en esos países, encaminadas hacia la independencia y la recuperación de los recursos para lograr una mayor justicia mediante la redistribución de las riquezas a favor de las masas desposeídas.
La reciente agresión a Ecuador por las fuerzas armadas de Colombia es un nuevo eslabón en la cadena estratégica concebida con la creación del Plan Colombia, detrás del cual habitualmente se mueve la Casa Blanca, y no siempre en las sombras, pues sus embajadores se entrometen abiertamente en los asuntos internos de todo el mundo.
El ataque a un pequeño campamento guerrillero a la hora de dormir, con una precisión milimétrica, saca a la luz el trabajo de la inteligencia de EE.UU. En aras de alcanzar esos resultados que, entre otros, segaron la vida de Raúl Reyes, conocido como segundo hombre de los rebeldes. No hubo combate. Fue una masacre.
Por otra parte Bolivia no se puede descuidar, pues se encuentra directamente bajo la observación enemistosa del gobierno de Washington y deviene asimismo blanco constante de conspiraciones internas dirigidas por el embajador Philip Goldberg para desestabilizar el gobierno popular.
Como duda surge ahora qué va a hacer la OEA ante estos hechos y con la famosa Carta Democrática hecha aprobar por Estados Unidos para preservar el status quo que existía a su favor. Los militares colombianos violaron ese famoso anexo a los estatutos del ministerio de colonias de Estados Unidos.
Queda ver, además, la reacción de los gobiernos latinoamericanos ante tan peligrosa situación.
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