Las tecnologías de la información y las telecomunicaciones han colocado al mundo con sus confines muy cercanos. Desde el Sudeste de Asia cualquiera se puede comunicar con San Francisco, La Habana, Caracas o Buenos Aires en segundos.
Posiblemente, el adelanto científico-técnico que más ha contribuido a esa sensación de vecindad colindante es Internet. Por ella usted conoce las noticias, encuentra información de fondo, envía mensajes, conversa directamente con un interlocutor, lo ve y escucha su voz o música y dio asimismo la posibilidad de que todo el que tenga acceso (cuatro mil millones de habitantes del planeta carecen de él) participe en el intercambio mundial. Pero no libremente.
Hay un problema fundamental en Internet. La Corporación de Internet para los Nombres y los Números Asignados (ICANN) constituye la autoridad que coordina la asignación de identificadores únicos en la red de redes. Ella está dominada por Estados Unidos.
La Casa Blanca y sus dependencias emplean la fuerza de su tecnología para, en última instancia, determinar quién tiene libertad de actuar en Internet o no, quién posee un sitio o no y en estos días lo está demostrando con la agresión hacia quien deviene hoy su enemigo principal en la lucha de las ideas: Cuba.
EE.UU. tomó la decisión de eliminar de la red de redes un alto número de sitios relacionados con la Isla, a pesar de que se dice defensor de la libertad de Internet.
Muchos en el gobierno norteamericano se oponen a que se bloqueen los sitios pornográficos, la violencia, las instrucciones para fabricar artefactos explosivos, las proclamas fascistas de los grupos denominados supremacistas blancos o de los fundamentalistas religiosos cercanos a los hitlerianos.
Pero los sitios de Cuba, que se encarga de difundir ideas, humanismo y ética por todas partes, esos son pensamientos enemigos, porque bombardea las agresiones, la injusticia, la ignorancia, la insalubridad, los abusos, el genocidio…
Acaba de producirse una nueva censura de la libertad de expresión en la supuestamente libérrima Internet. El Imperio
bloqueó los sitios del medio alternativo Rebelión (izquierda) y de la estatal Agencia Boliviana de Información (ABI), que empleaban la empresa sueca Telia, subsidiaria de la norteamericana CogNet.
Fue una zancadilla repentina, una jugada sucia, que impidió a los usuarios de Telia el acceso a dos fuentes de información importantísimas, que desempeñan una destacada función en la propagación de la verdad en muchos aspectos.
El poderío ha abierto a Washington hasta ahora el camino a la imposición de sus intereses por encima de la humanidad.
Ese control absoluto de la red de redes no solamente le permite medidas como esa y el poder de manipular la información que circula por las arterias ciberespaciales, con lo cual se amplía su manipulación de lo que la gente en el planeta debe saber o no.
Cuando se produjo la primera Cumbre de la Información en Ginebra, en 2003, los países subdesarrollados y algunos industrializados insistieron en que Internet no podía ser usada por un solo país, sino convertirse en patrimonio de la comunidad internacional.
Más la delegación norteamericana llevaba instrucciones concretas de no permitir nada que no fuera el derecho exclusivo de la Casa Blanca en ese campo. No quiso reducir la brecha ni ceder la más mínima prerrogativa en el control de los dominios en la red de redes, que está en manos de una empresa dependiente del gobierno de esa Nación y los subdesarrollados reclaman pase a control intergubernamental bajo jurisdicción de la ONU.
Por eso pudieron cometer las fechorías de anular sitios que no le convienen. ABI y Rebelión confirman que mantienen ese poder.
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