Después de 13 años de bregar sin éxito para sacar por todos los medios del poder al presidente de Venezuela Hugo Chávez, la derecha de ese país agrupada en la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), eligió el 12 de febrero a su candidato presidencial.
Como en 2006, la oposición irá a las elecciones, a celebrarse el siete de octubre de este año, con candidato único, pero esta vez elegido mediante comicios internos abiertos.
Al culminar el proceso en el cual, a petición de los convocantes, no se utilizaron mecanismos de verificación de votos como máquinas capta-huellas o tinta indeleble, la MUD decidió destruir los cuadernos electorales con el absurdo pretexto de evitar que esas listas fueran usadas por el gobierno para identificar a los participantes.
Es posible que nunca se conozca la cantidad exacta de personas que acudieron a sufragio ni los votos que posibilitaron al líder de la agrupación Primero Justicia, Henrique Capriles Radonski, convertirse en el nuevo “caballo de batalla” electoral de la oligarquía criolla (y transnacional).
Para asumir la titánica tarea de derrotar a Chávez en la urnas, el actual gobernador del estado Miranda cuenta con el apoyo incondicional y todos los recursos de la burguesía empresarial de su país, de la cual es parte, pues su familia es propietaria de medios de comunicación, industrias e inmobiliarias, entre otros bienes.
Es sintomático que un cable de la agencia Reuters informara pocos días después de la elección de Capriles que “Un holding de Barbados conformado por ejecutivos de la venezolana Empresas Polar, presentó un pedido de arbitraje internacional contra el Gobierno del Presidente Hugo Chávez por la nacionalización de una firma de fertilizantes (…)”.
¿Habrá compromisos al respecto? ¿Se trata de crear el precedente que incentive a otras transnacionales afectadas por las decisiones soberanas del gobierno bolivariano a buscar protección en cortes internacionales?
Pero el peón de la oposición tiene otros sustentos: Mark Feierstein, jefe de la USAID para América Latina, anunció que este año ese organismo federal norteamericano suministrará cinco millones de dólares a la derecha venezolana bajo el pretexto de “apoyar a la democracia”, en violación flagrante de la soberanía de la nación suramericana.
El candidato de EE.UU., como ha calificado Chávez a Capriles Radonski, es asesorado en su campaña, además, por el norteamericano Dick Morris, artífice del éxito electoral del ex Presidente William Clinton en su reelección (en 1996) y creador de la estrategia conocida en el ámbito político como “Triangulación”.
En pocas palabras: "triangular" es apropiarse de iniciativas claves del oponente, que gocen del respaldo popular, o no oponerse a estas directamente, con el propósito de resultar atractivo para el segmento del electorado rival crítico.
Con esta estrategia se pretende también ganar la simpatía de los indecisos y motivar la participación a su favor de quienes usualmente no asisten a votar.
Precisamente, en esos presupuestos basa su campaña Capriles quien, incapaz de enfrentar directamente a Chávez sin afectar su propia imagen u ofrecer otra alternativa creíble al modelo de inclusión social que construye Venezuela, usa el discurso engañoso dirigido a los sectores populares que definirán la elección.
Qué puede esperarse del representante de la oligarquía que gobernó el país durante la época del “puntofijismo” y dejó la herencia de pobreza que a finales de los años 90 alcanzaba a más del 60 porciento de la población. (continuará)
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