Antes de anunciar sus intenciones de derrotar al actual presidente venezolano Hugo Chávez en las elecciones de octubre próximo, el opositor Henrique Capriles Radonski estaba en cruzada por la silla presidencial.
Los venezolanos -y medio mundo, gracias a las cadenas internacionales de noticias- pudieron verlo posar para las cámaras con el agua a la cintura, la barba incipiente, y el rostro de preocupación por las consecuencias de los aguaceros que afectaron a varias ciudades de Venezuela el pasado año.
Esas imágenes fueron presentadas insistentemente por los medios de comunicación de la oposición como prueba del compromiso del “nuevo mesías” con los más vulnerables e históricamente olvidados, mientras silenciaban o trataban de descalificar los esfuerzos gubernamentales por paliar la crisis que dejó unos 130 mil damnificados.
Por otra parte, el “discurso” histriónico, claramente identificable en los spots de campaña en los que Capriles se muestra como joven fuerte y vigoroso, es acompañado por el lenguaje aparentemente no confrontativo, pero que busca igualmente la descalificación del adversario y los resultados de su política.
Así, por ejemplo, cuando el mandatario venezolano habla de Misión Vivienda, Capriles asegura que construirá urbanizaciones; si el primero destaca la misión "Saber y Trabajo" (para la capacitación y creación de empleos), el otro promete "empleos dignos y duraderos".
Pero el candidato de la derecha tendrá que explicar mejor -y más despacio- los mecanismos que utilizará para atacar la desigualdad social y la pobreza heredadas en Venezuela sin reconocer el éxito indiscutible de las numerosas misiones del actual gobierno, en áreas como salud, educación, alimentación, energía y vivienda.
Se verá obligado a exponer, entre otras cosas, la manera con la que, bajo la tutela estadounidense, mantendrá el prestigio internacional y el peso político alcanzado en el ámbito regional y mundial por la Revolución Bolivariana, y explicar el papel que jugaría la patria de El Libertador en las aspiraciones integracionistas de Latinoamérica y el Caribe.
Tendrá que enfrentar, en primera instancia, al carismático líder revolucionario que conserva el apoyo de más del 60 por ciento de su pueblo, según todas las encuestas, a pesar del desgaste que supone la permanencia en el poder por 13 años, durante los cuales, sin embargo, ha mantenido su política social inclusiva con resultados innegables.
Este es año crucial para Venezuela. La disyuntiva es entre capitalismo y socialismo, entre exclusión e inclusión, entre volver al pasado o construir el futuro.
Un colega caraqueño aseguró que la oposición de ese país tiene predisposición genética hacia la violencia; apoyó su planteamiento con la larga lista de argumentos que comienzan con el golpe de estado de abril de 2002, y llegan a la actualidad.
El propio comunicador venezolano recordaba que Capriles Radonski, “quien hoy se disfraza de cordero” y “desea larga vida a Chávez”, participó activamente en la intentona que puso en la presidencia al líder de la cúpula empresarial del país, Pedro Carmona Estanga, antes de ser depuesto, en 48 horas, por la acción conjunta de las fuerzas armadas y el pueblo capitalino.
Rememoró que, violando todas las normas y convenciones internacionales, el actual candidato presidencial opositor, entonces alcalde del municipio Baruta (Caracas) incentivó el asedio a la embajada de Cuba, ubicada en ese territorio, y asegura que un personaje como ese no aceptará tranquilamente otra derrota en las urnas.
En reciente reunión del Consejo de Ministros, el presidente Chávez afirmó: “Siempre he reconocido los resultados (electorales), si pierdo, pierdo”.
¿Sería capaz la oligarquía venezolana de hacer lo mismo?.
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