Se cumplen por estos días el aniversario 50 en que Raúl Roa García (18 de abril de 1907-seis de julio de 1982) fuera designado ministro de Estado (después Relaciones Exteriores), cuyo legado a lo largo de estas cinco duras décadas de Revolución se ha convertido en un referente obligado para la diplomacia revolucionaria cubana, e incluso más allá de las fronteras nacionales.
No por gusto la mayoría de los analistas de su vida y obra lo consideran una de las figuras de mayor trascendencia en el siglo XX cubano: intelectual, polemista, orador, político, diplomático y revolucionario fuera de serie.
Al triunfo de enero del 59 fue embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y después en las Naciones Unidas (ONU), donde con su verbo vibrante, mordaz y elocuente, libró importantes batallas contra el imperialismo norteamericano, el colonialismo y neocolonialismo y por las causas más justas del Tercer Mundo.
Nieto de mambí llevaba en la sangre la intransigencia de los cubanos a la hora de hablar de la libertad. No resultó sorpresa su designación como jefe de la diplomacia cubana, el 11 de junio de 1959, ante las insuficiencias ideológicas del primer Canciller del Gobierno Revolucionario.
Las radicales transformaciones políticas acontecidas en la Isla a partir del Primero de Enero provocó un visceral odio y el más brutal acoso contra Cuba de 10 administraciones norteamericanas.
En este contexto fue un trascendental hito la creación del Ministerio de Relaciones Exteriores, mediante la Ley número 663, el 23 de diciembre de 1959, como importante herramienta de la política exterior cubana en defensa de los intereses supremos del país y con Roa García como su titular pionero.
Su gran solidaridad humana caracterizaba que, como ministro, Roa estuviera pendiente del chofer que no cobraba por insuficiencias burocráticas, de la trabajadora ingresada en un hospital, de las medicinas que requería alguien o la nieta de alguien.
Su sentido del humor le granjeaba la simpatía de todos y generó numerosas anécdotas. A un embajador foráneo que no cuidaba el protocolo en el vestir, lo recibió en camiseta y le espetó: "La próxima vez que usted venga en mangas de camisa, lo recibiré en calzoncillos".
Mientras se dirigía a los movilizados en un campamento agrícola, cayó un mango cerca de él. "Ese es mío, que yo lo vi primero", dijo.
En una reunión interparlamentaria, ante un diplomático yanqui que exigía con apuro que se le concediese hablar, apuntó: "Tiene la palabra el delegado de EE.UU., pero sin guapería".
Por otra parte, antológica fue su oratoria, en particular en aquella épica batalla verbal en la ONU durante los días de la invasión por Playa Girón, contra la diplomacia norteamericana, encabezada por Adlai Stevenson, a quien literalmente vapuleó.
Roa refutó todas las mentiras estadounidenses Y, demostró fehacientemente que la agresión mercenaria había sido organizada y entrenada por la CIA, con la complicidad de los gobiernos títeres de Centroamérica.
Con esa y otras batallas libradas en el escenario internacional se ganó el calificativo de los pueblos de nuestra América: Canciller de la Dignidad.
Muchos diplomáticos de EE.UU y algunos de sus más connotados seguidores en el rechazo a la Revolución cubana, resultaron literalmente ametrallados por su verbo incisivo que destrozaba insidias y mentiras contra la Isla.
Fidelista y revolucionario de pura cepa, Roa estuvo siempre junto al Comandante en Jefe en la primera fila, en la avanzada más riesgosa, donde lo reclamaba el deber.
Él camina todavía por los salones de la ONU. Vive allí, como en Punta del Este, en Washington, en San José de Costa Rica o ahora en San Pedro Sula, donde no se deja de dar batalla por la verdad y los principios de Cuba.
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