La paz constituye urgencia para el hombre y su entorno, con más razón cuando el poder destructivo de apenas pocas armas desplegadas hoy por todo el orbe, es capaz de no dejar piedra sobre piedra ni el más mínimo rastro del universo que conocemos.
Es esa la razón que con tanta insistencia mueve al líder cubano Fidel Castro a abundar en la necesidad de hacer desaparecer los arsenales nucleares y cuanto artefacto de muerte amenace la existencia de cada ser humano y su hábitat.
Ciertamente, se habla mucho de la destrucción del medio ambiente y de lo que podría acarrear para nuestra especie, y se suelen citar con mucha insistencia factores, sin dudas, adversos, como la destrucción de la capa de ozono, el calentamiento global, o la excesiva polución.
¿Pero acaso no ha sido la guerra otro elemento nocivo para la naturaleza y el hombre? ¿No poseen los arsenales atómicos la suficiente potencia destructiva como para hacer volar el planeta por las cuatro esquinas en cuestión de horas? ¿Es o no esta terrible posibilidad el aniquilamiento de todo lo que nos rodea y de nosotros?
En consecuencia, cuando hablemos de salvar el medio ambiente resultaría prioritario y sensato colocar los enfrentamientos armados, y especialmente la contingencia de guerra nuclear, entre los primeros factores a conjurar si deseamos la preservación y continuidad de la vida en todas sus formas y manifestaciones.
Es hecho probado miles de veces, pero muy poco asumido, como ya decíamos.
Los campos de batalla en las dos grandes conflagraciones mundiales se convirtieron en terrenos baldíos, muchas veces altamente contaminados.
El desarrollo de los proyectiles químicos, de la guerra bacteriológica y de las municiones atómicas tácticas, añade nuevos elementos fatales contra la existencia del ser humano y de las muchas otras especies que pueblan el mundo, amén de envenenar mares, ríos y buena parte de la atmósfera.
Vale apenas recordar los bombardeos norteamericanos con el titulado agente naranja sobre Viet Nam en los años 70 del pasado siglo y el daño brutal de semejante engendro sobre las selvas y las personas, para entender de que hablamos.
Si esa obra maldita resultase en desatar las fuerzas almacenadas de un átomo puesto al servicio de la destrucción masiva, entonces con toda seguridad no quedará nada sobre que contar la historia, ni nadie para siquiera intentarlo.
Resulta entonces oportuna la exhortación de Fidel a los pueblos del planeta, las víctimas potenciales de semejante holocausto, para demandar de sus dirigentes políticos y de sus estadistas todos los esfuerzos posibles de manera que, con todos sus defectos, nuestra casa común no termine en llamas por los cuatro costados.
Que recuerden muy bien a la hora de decidir. En holocausto de tal naturaleza no habrá privilegiados; tampoco vencedores ni vencidos.
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