La esperada victoria de Dilma Rousseff en la segunda vuelta electoral presidencial realizada el ultimo domingo en Brasil, confirma el interés del gigante sudamericano en la línea de desarrollo, trabajo y comportamiento internacional lograda durante la administración del mandatario saliente, el popular ex dirigente sindical Luiz Inácio Lula Da Silva.
Buena parte de los medios y analistas que han seguido la campaña comicial brasileña gustan hablar de “continuismo” en razón de que la Rousseff fue ministra en el gabinete de Lula, apoya la gestión del estadista saliente, y ha confirmado que no se apartará de su legado político.
Sin embargo, debe aclararse que en este caso no se trata de persistir en dogmas ni de insistir en caminos torcidos más allá de sus resultantes y consecuencias. Todo lo contrario.
Es evidente que para la presidenta electa, la gestión de Lula Da Silva representa un positivo referente y cuando las cosas han salido bien, cuando marchan, ofrecen resultados valederos y gozan de inmenso apoyo social. Entonces lo sensato y objetivo es reforzarlas, perfeccionarlas y hacerlas crecer.
Esa será de seguro la tarea de la nueva mandataria, junto a las iniciativas que puedan surgir de la interacción con su equipo y de los particulares reclamos que imponga la vida.
El presidente saliente ha marcado, sin dudas, un hito en la historia reciente de Brasil. Aspirante en más de una ocasión a la primera magistratura, logró al fin hacerse del gobierno gracias a su creciente prestigio personal y al de su Partido de los Trabajadores, junto al descrédito de la política económica neoliberal y de sus impulsores internos y externos.
Lula cierra su gestión con 80 por ciento de apoyo nacional, el más alto para cualquier gobernante en la historia del gigante sudamericano, además del mérito social de haber sacado del hambre a 20 millones de conciudadanos, y de haber relanzado la economía brasileña a cifras tan positivas como el siete por ciento de crecimiento que se espera este año.
Añade además el amplio reconocimiento global a su política exterior racional, equilibrada, sensata, y a la vez comprometida con los intereses fundamentales de su país, de América Latina y del resto del mundo.
Y todo ello representa para Dilma Rousseff el muy apreciado acervo que, evidentemente, la nueva jefa de gobierno no dejará se aprovechar en el sentido más responsable de la palabra.
Para los que vivimos en este hemisferio y reconocemos a Brasil como uno de los fuertes pivotes regionales, la victoria que permite la continuidad de la gestión progresista en esa nación no puede ser menos que motivo de satisfacción.
Las esperanzas de los pueblos del área no perdieron terreno en el espacio político brasileño, por lo que esa nación hermana de seguro seguirá estando en primera fila en la búsqueda del universo regional más fuerte, más seguro y más independiente.
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