Ella apenas estaba en la adolescencia cuando al caminar los carros paraban, para no chocarse, ella no tenía idea que su cuerpo de sirena detenía el tráfico, no se inmutaba solo pensaba en aquel hombre de ojos claros, músculos marcados, desordenados cabellos crespos y perfil griego que la había inquietado en su salón de clases.
Los salones universitarios de los estudios generales eran amplios, al menos cien estudiantes podían aprender allí aquellas lecciones que nada tenían que ver con la vida real.
La burbuja rosa en la que creció América y las advertencias de su dulce madre de rostro angelical, no servían para nada cuando dentro de tantos muchachos aquél, solo aquél que le robaba el corazón se ponía delante de ella.
Ella era delgada, con silueta envidiable, alba como la nieve, cabellos largos, delgados y castaños con destellos mezclados entre rojizos y dorados, sus labios rojos como carmesí y su sonrisa muy embrujadora, sin duda había heredado la belleza de su madre María que tristemente murió cuando América sólo contaba con unos veinte y pico de años, y francamente su sonrisa y su rostro fueron de los más hermosos que alguna vez vi y eso que he recorrido casi muchos lugares en el mundo.
A pesar de su temprana y salvaje belleza que heredó de su madre, reina de belleza en muchas ocasiones, ella se mostraba indiferente frente a esos dones que Dios le dio, eso nunca le importó, ella se valoraba por lo que llevaba por dentro, un indestructible corazón de lucha, le llovían galanes pero ella había quedado prendada de aquel muchacho que mas bien parecía un joven y buen mozo árabe, en verdad que él era muy guapo, tenía postura atlética casi de héroe o galán de novela, su caminata resuelta, desenfadada y una sonrisa atrapadora.
América logró conquistar al galán con tipo árabe que más bien tenía ascendencia italiana y amazónica y toda esa mezcla ayudó en la infalible receta de amor de su vida.
Se casaron y ella siendo apenas dejando de ser niña se convirtió en madre de tres infantes y lo único que supo hacer fue ser la mejor del universo.
Dejó de vivir para vivir la vida de su esposo y respirar por sus hijos, se sacrificó, dejó todo, por ser una buena madre, confió en aquel muchacho y él le dio su sueño de chiquilla anhelado de vivir como una reina para siempre.
Dios fue bueno conmigo América, fuiste mi amiga. Mi confidente, mi cómplice, mi fuente de inspiración, mi admiración total.
Me siento reflejada en ella cuando contemplo el espejo, ella es muy hermosa y lejos de envidiarla me siento feliz de conocerla. Recuerdo todas esas tardes en que le hacía shows de mímica o playback de sus músicos favoritos de moda de su época, ella sonreía y yo la miraba y era para mí: "mi mujer maravilla".
Ella cuidó cuando fui presa de enfermedad, no durmió por muchas noches para vigilar mis sueños, alivió mi dolor, calmó mi tristeza, diluyó mis penas y mis infinitas lágrimas, corrió a mí siempre que la necesité, sanó mis heridas, lloró con mis caídas, se puso feliz con mis alegrías, estuvo siempre conmigo, escuchó mis ideas y locuras, corrigió mi insensatez, en el momento de angustia me dio respaldo, como leona con uñas y dientes me defendió, no fuiste perfecta América pero casi lo lograste.
Mi amor por ti es inmenso, perpetuo, incorruptible, imprescriptible e inalienable, te amo cuando estoy lejos y cuando estoy cerca, te amo cuando te veo y cuando no, te amo cuando mi corazón se conecta con el tuyo, te amo cuando te oigo y cuando no, te amo cuando te recuerdo y cuando no, te amo cuando aun siendo adulta me llamas la atención, te amo porque siento tu sublime amor cada segundo de mi vida.
América fuiste mi timón, aunque el barco se hundiera ahí estabas tú, si se levantaban mil gigantes: "no temas me decías", me dabas optimismo en el desaliento, una rosa entre espinas, aun hoy muchos años después te recuerdo cuando hacías mis tareas, dibujabas para mí, cuando bailábamos juntas alguna canción de Madonna, cuando me cuidadas, me cocinabas, me engreías, cuando me dabas todo tu amor, cuando vestida como una princesa con tus botas largas y tu minifalda escocesa me recogías de la escuela y era la envidia de todos niños, te recuerdo cuando me enseñaste a bailar can can, marinera, ballet, recuerdo cuando eras cariñosa y cuando eras dura, me corregías y me castigabas.
Recuerdo tu amor y me inspira a escribirte, eres mi reina y mi princesa, y me permito escribirte esto: te amo América hermosa, te amo mamá.
– Para mi Judío de los 33
– Ante Dios un pliego de reclamos
– ¡Adiós Aristóteles!
– Chimbote: crónicas de una bahía
– ¡Las noches que te soñé!
– ¡Mujer los 365 días del año!
– ¡Mujeres de papel, aprendiendo a leer corazones!
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter